Opinión | Cotidianidades

Buscando una fotografía

Me gustaría ser de pueblo para regresar en vacaciones, para reencontrarme con los amigos de la infancia

Ropa tendida en Novelda colgada entre dos árboles estos días.

Ropa tendida en Novelda colgada entre dos árboles estos días. / DAM

Cogí el coche, puse la radio y emitían el programa ‘la Corrobra’ donde utilizan el lenguaje usado en muchos pueblos del norte de Cáceres: el castúo, la fala, el portugués rayano, el extremeñu… El presentador, Juan Pedro Sánchez, entrevistaba a una señora de Trevejo y hablaban sobre la matanza domiciliaria. Me gusta escuchar el sonido de esas palabras aunque desconozca el significado de muchas de ellas, me pierdo en la fonética de su tono, palabras rotundas, un lenguaje recio como el tronco de una encina, noble y fuerte como un mastín de campo, palabras que en ocasiones parecen mal dichas aunque estén llenas de contenido, una forma de hablar en las alquerías de las Hurdes, Sierra de Gata o pueblos rayanos. Palabras que se han ido transmitiendo de generación en generación a través del boca a boca. Un lenguaje que rechazan los filólogos pero tiene la aprobación de la gente, de la tierra. Palabras enérgicas y secas dichas con firmeza, en muchas ocasiones con rabia; palabras de campo, de pueblo; palabras llenas de vida, de sudor, algunas de dolor y lágrimas. Me gustan los pueblos, la forma de hablar de la gente, su acento, sus singularidades. Como ya he escrito en otras ocasiones, me gustaría ser de pueblo para regresar en vacaciones, para reencontrarme con los amigos de la infancia y volver a ser Juan, Pedro, Antonio, el negro, el jirafa, el vinagre, aunque luego aquí en la ciudad sean Don Juan, Don Pedro o el señor fiscal. Me gustaría pasear por la plaza con las manos atrás, igual que hicieron mis padres y mis abuelos y regresar a la infancia, a la era donde di mi primer beso. ¿Qué será de Carmen, la hija del sargento? Me gustaría ir hasta la escuela, mirar por la ventana los pupitres, y recordar el soniquete de cinco por una cinco, cinco por dos diez... Esto no sé si ya lo he escrito en algún artículo anterior o solo es un sueño que se repite porque no tengo pueblo, no es lo mismo vivir que haber nacido en él, tener un pasado, raíces que aten a la tierra para sentir cada terrón, cada piedra, cada sentimiento como propio. 

Sigo conduciendo por la carretera de Cáceres. Busco rincones para fotografiar. El campo está verde, entran ganas de bajarse del coche y tumbarse en la hierba. Paro en la venta Mayga, próxima a Gévora, en una pizarra, escrito con tiza, anuncian el menú del día por 10 euros, el interior tiene una barra larga llena de clientes, en el exterior hay mesas, un futbolín, también hay grupos de hombres fuertes con botas llenas de barro que hablan en corro sobre el campo, sobre la siembra, los precios, y el manejo de los programas informáticos. Hombres recios de espaldas anchas y manos tan grandes que no caben en el teclado del ordenador. 

Sigo mi recorrido por la carretera de Gévora. Veo algunos agricultores con sus tractores trabajando la tierra, haciendo surcos. Tractores que después de la tarea quizás tengan que viajar a Madrid con agricultores de otras localidades para pelear por lo suyo. 

Entrar en Sagrajas era meterse en el interior de un cuento. Entre todos los vecinos decoraron las calles. Cuando se hacía de noche el pueblo se iluminaba con un chisporroteo de luces de colores que te hacía sentir protagonista de una película mágica

El siguiente pueblo que encuentro a la izquierda de la carretera es Sagrajas, una pedanía de Badajoz, un pueblo pequeño y acogedor que descubrí en la última Navidad, cuando tenían todas sus calles adornadas con motivos navideños. Entrar en Sagrajas era meterse en el interior de un cuento. Entre todos los vecinos decoraron las calles. Cuando se hacía de noche el pueblo se iluminaba con un chisporroteo de luces de colores que te hacía sentir protagonista de una película mágica. Sagrajas, un pueblo de casas bajas, donde los pocos niños que hay juegan en la plaza sin la vigilancia continua de sus padres, que no tienen que estar sentados en un banco atentos por si se caen del columpio, se tropiezan con una piedra o viene el tío del saco para robarlos. 

Ayuntamiento de Novelda.

Ayuntamiento de Novelda. / DA

El siguiente pueblo, siguiendo en la misma carretera, es Novelda. Entro en la Plaza para hacer fotografías al ayuntamiento, a la Iglesia con cigüeñas en el campanario, desayuno unas migas sentado en los veladores del bar España, un bar donde también hay ciclistas llegados desde Badajoz, perfectamente uniformados con maillots de colores y potentes bicicletas. En otras mesas hay personas mayores de la localidad, que también se desplazan en bicicletas en un lento pedaleo, como metáfora de que no existe la prisa, un pedalear a cámara lenta en el que parece detenerse el tiempo. Bicicletas antiguas retocadas con restos de otras bicicletas, que suelen llevar una caja detrás atadas con cuerdas para transportar lo recolectado en la huerta. 

Novelda, un pueblo de colonización silencioso donde se respira paz. Voy por la calle Calzada que tiene sembrado a los lados naranjos y rosales con flores de distintos colores y que termina en el campo. Una señora sale con un cubo de ropa mojada que tiende en una cuerda atada entre dos árboles. Preparo la cámara, ahí tengo una foto.

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