Opinión

Tiempo de café en Pardaleras

Canta Joaquín Sabina que donde el verano pasado había un bar, ahora hay un banco. En Badajoz ocurre justo lo contrario

En ‘Tiempo de café’, en Pardaleras, trabajan Macarena, Deny, Mirella y Menchu.

En ‘Tiempo de café’, en Pardaleras, trabajan Macarena, Deny, Mirella y Menchu. / LCB

Joaquín Sabina canta en «Y nos dieron las diez…» que donde el verano pasado había un bar este año hay una sucursal de un banco. Aquí, en Badajoz, es al contrario, en la sucursal de Caja Badajoz que estaba en Pardaleras ahora hay una cafetería. Cuando era banco no fui nunca. Por aquellos entonces no me hacía falta, me defendía con la chatarra que llevaba en el bolsillo. El banco era un lugar serio, ajeno a mis pocos años y a mi corto capital. El banco era un lugar frío, sin alma, igual que ahora, en eso han cambiado poco. Era un lugar que imponía respeto, marcaba distancia, un escenario que no estaba diseñado para jóvenes, ni para adultos desempleados. Un lugar donde trabajan personas que se sucedían de generación en generación, puestos de trabajo que pasaban de padres a hijos como si hubieran heredado la habilidad de contar billetes. Algunas veces convocaban oposiciones públicas, no sé si porque habían agotado la vía del parentesco o por obligación. 

En todos los barrios había una Caja de Ahorros de Badajoz, en algunos dos, hasta que fueron desapareciendo. Las quitaron cuando Caja Badajoz hizo acuerdos con la banca zaragozana. Desde entonces se convirtió en Ibercaja. Entonces fue cuando redujeron plantilla y empezamos a trabajar los clientes, tuvimos que hacernos expertos en el manejo de las cuentas, los traspasos, los ingresos… a través del portátil de casa o en los cajeros automáticos. 

Necesitaron menos trabajadores en las oficinas, luego desaparecieron las sucursales de los pueblos y la de los barrios de la ciudad, ya no eran necesarias, los clientes aprendimos a manejarnos con la aplicación, sustituimos a los trabajadores, aunque en lugar de pagarnos empezaron a cobrarnos por tener nuestro dinero con ellos. A los trabajadores los han ido jubilando y prejubilando a una edad buena para disfrutar, para vivir, al contrario que el resto de la población que vive con el runrún de que van a ampliar la edad de jubilación, actualmente está en 38 años de cotización. 

Hay personas que no llegan. A las que más he conocido en esta situación han sido mujeres que dejaron de trabajar y cotizar un tiempo por cuidado de hijos. Así que hay plantillas de trabajadores envejecidos que van todas las mañanas con desgana, mientras sus hijos, jóvenes, con una carrera terminada y varios máster se quedan en casa. Jóvenes sanos, fuertes y preparados se quedan durmiendo o jugando con la play, mientras padres añosos madrugan para ir al trabajo. 

La cafetería que han puesto donde antes había un banco se llama ‘Tiempo de café’. Está enfrente del bar Nuevo Paco Oliva y al lado de la joyería Calderón, que desde que el propietario se jubiló la lleva su hija Mercedes. Mercedes empezó joven en el negocio familiar, hoy tiene la experiencia del tiempo y el encanto de antes, sigue conservando aquella figura estilizada, una amplia sonrisa y mucha simpatía. 

En ‘Tiempo de café’ trabajan cuatro camareras: Macarena, Deny, Mirella y Menchu. Esta última suele ser la encargada de hacer las tostadas por la mañana y tortitas de nata y chocolate por la tarde. Menchu se ocupa de la cocina, aunque igual que las demás también atiende a las mesas. Hay mesas en el interior del local y también en una amplia terraza que siempre está llena, incluso cuando hace mal tiempo. De las cuatro, en algunas ocasiones hay dos trabajando. Otras veces tres, depende de los turnos y libranzas. 

Jóvenes sanos, fuertes y preparados se quedan durmiendo o jugando con la play, mientras padres añosos madrugan para ir al trabajo

Macarena es otra de las veteranas. Siempre se dirige a sus compañeras llamándolas de forma cariñosa. «Gorda», dice, a pesar de lo delgada que están todas, y no es para menos porque no paran en todo el día. No sé cuántas horas ni cuántos kilómetros hacen con una bandeja llena en la mano guardando el equilibrio entre las mesas y la gente. Algunas veces parecen bailarinas de ballet. Las cuatro siempre tienen una sonrisa, palabras agradables para los clientes y mucha complicidad entre ellas. El buen ambiente entre trabajadores siempre se nota en su rendimiento. Las he visto con la bandeja en alto sorteando niños mientras las llamaban de dos o tres mesas a la vez sin perder la serenidad ni la concentración, ni siquiera poniendo mala cara a los clientes más impertinentes. Ellas siempre conservan la calma y las buenas maneras, tratan a todos de forma educada a pesar de las horas que llevan de pie, de un lado a otro. 

Concentración

Admiro la concentración de los camareros, no solo de ellas, de todos. Se acuerdan de lo que pide cada uno, llevan la cuenta de lo que toman, mantienen una conversación con los que les hablan, aguantan las bromas, recuerdan muchos nombres y suelen ser agradables, educados y discretos. Cuando cierran en ‘Tiempo de café’, avanzada la noche, barren, friegan, reponen las cámaras antes de irse definitivamente a sus casas. 

Veo a Menchu montarse en un patinete y perderse. La veo alejarse hasta que se convierte en un punto invisible fundiéndose con la noche y desapareciendo. No sé qué vida tendrán a partir del cierre, quién la espera en casa, si tiene un marido o debe preparar la cena para un hijo pequeño, o solamente enchufar la televisión y poner los pies en alto para cuidarse las varices después de un día entero de pie sin pensar que hoy le espera otro día igual y el sábado y el domingo. 

En ‘Tiempo de café’ Ken Loach tiene material para una película de las suyas.