Opinión | el embarcadero

Tristes recuerdos

Marzo aparece en el calendario con dos fechas de nuestra historia reciente que nos han conmocionado. De una de ellas se acaban de cumplir veinte años, del día que lo cambió todo para siempre, en el que el silencio heló a España. Nunca habíamos presenciado un acto terrorista de tal magnitud: murieron 192 personas y cerca de dos mil resultaron heridas al explotar una decena de bolsas cargadas con explosivos en cuatro trenes de cercanías de Madrid, en plena hora punta. Sabíamos en nuestro país lo que era el terrorismo, por desgracia, pero aquella jornada aciaga la historia nos colocó ante otra tipología del horror, frente a frente, igual de voraz. La sociedad española enmudeció. Aquel jueves iba a ser un día cualquiera pero se convirtió en uno de los más dolorosos. Es imposible olvidarlo. Casi todo el mundo recuerda cómo se enteró, quién lo llamó, qué estaba haciendo cuando conoció esta funesta noticia. Los expertos lo llaman recuerdo-destello y forma parte de la memoria autobiográfica que corresponde a eventos únicos, inesperados, nuevos y que tienen un componente emocional muy fuerte. ¿Qué hacíamos ese lejano ya 11 de marzo de 2004? Seguro que les pasará esto: viajamos por los recovecos de nuestra memoria, construimos y reconstruimos cada vez que recordamos esos momentos, añadimos detalles que pueden distorsionarlos pero que mantienen la seguridad de lo que estaba ocurriendo esa jornada. Además, es un recuerdo que genera memoria colectiva, un sentirse parte de las víctimas, del podía haber sido yo, lo que, a su vez, produce un sentimiento de identidad colectiva, de solidaridad. Al enfrentarnos ante un hecho tan infausto como el 11M solo cabe homenajear a las víctimas, a quienes perdieron la vida o sufrieron heridas. La dimensión de la tragedia unió al país pero el momento en el que se produjo, a pocas horas de las elecciones generales, y la terrible polémica sobre la autoría, hicieron que la conmoción pronto desembocase en una gran división social y también política. Rajoy y Zapatero eran los candidatos. El PP vencía al PSOE en todas las encuestas y los resultados dieron un vuelco. La insistencia del gobierno de Aznar en que ETA estaba detrás, mintiendo una y otra vez, cuando todas las pistas apuntaban al terrorismo yihadista, marcaron esos días. La gente quería saber quién había sido antes de ir a las urnas. Caprichos del destino, o de no sabemos muy bien qué, también se produjo en este mes, hace cuatro años, otro recuerdo triste: la declaración del Estado de Alarma por la pandemia. España se paró y nos sumergimos en un angustioso e inaudito confinamiento en casa, rodeados de miedos e incertidumbres. No está tan lejos en el tiempo y nos decíamos que de esa saldríamos mejores, aprenderíamos una lección. Las guerras en Ucrania o Gaza o el enrarecido panorama político nacional es el termómetro que nos indica que nada más lejos de la realidad. Cuando acaban de pasar los Idus de marzo, que se llevaron por delante la vida de Julio César en el 44 a. C., más nos valdría aprender de lo vivido en el pasado para construir, entre todos, entornos más amables, pacíficos y solidarios. No lo sé, a lo mejor, para recobrar la esperanza y el brío tenemos que volver a cantar a pleno pulmón ‘Resistiré’, un himno de resiliencia, con el fin de demostrarnos que podemos (y debemos) ser siempre mejores.