Opinión | el embarcadero

Edadismos

También usted, amigo lector, amiga lectora, percibirá claramente cómo pasa el tiempo en cada uno de nosotros. Habrá quien, al ser más joven, apreciará que va más lento (recordemos aquellas tardes de verano de la infancia que parecían eternas). Luego están quienes rozan o se adentran en la medianidad, cuando, según aseveran algunos estudios, el tiempo se acelera, parece ir más rápido. De cualquier manera, lo que resulta evidente es que todos llegamos a mayores, algo que se nos olvida, a tenor de las prácticas de discriminación que existen debido a la edad. Es lo que se llama edadismo, una exclusión que, como otras, no se puede tolerar y que hay que combatir, máxime en un país como el nuestro, donde las personas mayores de 65 años son el veinte por ciento de la población, casi diez millones. Según algunos informes, una de cada tres ha sufrido edadismo. Y es que ser mayor no implica ser siempre vulnerable, tampoco tiene que ver con ser dependiente; es un colectivo diverso. Una de las formas más extendidas de edadismo está relacionada con el lenguaje, al hablar de «nuestros mayores», con paternalismo; o al referirnos a ellos como los ‘abuelos’ (todos no tienen nietos) o los ‘ancianos’, con una cierta carga peyorativa, que se multiplica con términos como ‘vejestorio’, que suena ya ofensivo. Seguro que conocerán casos, más o menos graves, de este tipo de discriminación, como la que se produce en consultas médicas cuando el facultativo, en lugar de dirigirse al paciente, transmite su mensaje a su acompañante. Bastante conocida es la que tiene lugar en las entidades financieras, que se visibilizó gracias la campaña «Soy mayor, no idiota», y que sirvió para denunciar la falta de atención presencial en los bancos. Vinculada con la anterior hallamos las dificultades que existen para realizar gestiones con la Administración si se carece de un certificado digital, sin tener en cuenta que no todo el mundo se maneja bien con las tecnologías e internet. Sin embargo, una de las más graves es laque se verbaliza con expresiones como «creo que no voy a poder», un autoedadismo limitante y que hace pensar a hombres y mujeres con una determinada edad que no se ven haciendo esto o aquello. El más cruel edadismo, a veces, es el provocado por quienes nos rodean. Así le ocurre a María (un caso real), una mujer de noventa años que no puede bajar a la calle porque vive en un quinto piso sin ascensor y usa silla de ruedas, por lo que no puede ir al centro de día ni se relaciona con nadie y, cuando tiene que acercarse al hospital, dos técnicos la bajan y trasladan en una ambulancia. Su familia hace gestiones para que se pueda instalar un ascensor en el bloque, un hecho factible, pero algunos vecinos se oponen y bloquean,en las reuniones de propietarios, eliminar esta barrera arquitectónica. Por tanto, en un país democrático como España, que se rige por el Estado de derecho, con un régimen de bienestar relativamente avanzado, se debe seguir potenciando la protección de los grupos vulnerables, entre los que están, sin duda, quienes han cumplido más de seis décadas de vida.