Opinión | A la intemperie

El ponche romano

El punch romaine, el cóctel que creara el legendario cocinero francés Auguste Escoffier

Machaco 1

El punch romaine. / LCB

Mayo me trae Córdoba a las mientes. Las cruces de mayo, los patios y la feria de Nuestra Señora de la Salud. Todo por su orden. Y los califas del toreo: “Lagartijo”, “Guerrita”, “Machaquito”, Manolete y “El Cordobés”. “Machaquito”, aquel soberbio estoqueador que era, en palabras de Galdós, "un hombre de alma ingenua y corazón grande". Eran buenos amigos, de hecho, don Benito, que por aquellos días andaba corrigiendo las pruebas de “Prim”, estuvo en su boda.

Los invitados llegaron a Cartagena en tren y, desde la estación, en tartana hasta Villa Potosí. Dulzuras, Barquero, Claridades… los del toro, los taurófilos. Y los otros, entre ellos, don Benito. Faltó Rafael Guerra “Guerrita”, “aquel al que todos los que toreamos llamamos maestro”, en palabras del propio “Machaco”. Rafael González, “Machaquito”, el tercero de los califas cordobeses, casó en Cartagena el 3 de noviembre de 1906. Aún le quedaban por delante años de triunfos y palmas. A él y a “Bombita”, el otro mandón del torero de los primeros años del siglo. Una rivalidad que solo fue destronada por la que a continuación enfrentó a Joselito y Belmonte. “Machaquito” era el as de espadas, un torero valiente y cumplidor. Ricardo Torres Reina, “Bombita Chico” o, sencillamente “Bombita”, era alegre y bullidor en los ruedos. Bombita casó con una catalana y “Machaquito” con una cartagenera: Ángeles Clementson, hija de un rico industrial inglés a la conoció dos años antes, en 1904, en una kermés de caridad, que se decía por entonces, en el muelle de Alfonso XII, tras un festejo.

El que se sirvió en el comedor de primera clase del Titanic en su última cena

Digo todo esto porque ha caído en mis manos el menú del banquete de la boda de “Machaco”. Y tiene su aquel. La ceremonia tuvo lugar en la mansión de los padres de la novia, en Villa Potosí, pero el banquete en el Gran Hotel Ramos, junto a Capitanía. En el membrete, el Gran Hotel Ramos presume de tener teléfono, en concreto el 136, luz eléctrica y cuartos de baños. Su restaurante servía platos de copete como la lengua trufada a la jardinera, el volován de codornices, el salmón a la Chambord. Así que comieron, como no podía ser de otra manera en aquellos años, a la francesa. En eso no cambiamos, entonces como ahora el asunto consiste epatar a los comensales con arcanos a la moda…

Sandwihs variés

Galantine de faisán

Jambon glacé

Pirámides de perdrix a la belle vue

Tête de sanglier

Biscuit glacé

Punch romaine

Jerez (González Byass)

Champagne (Moet-Chandon)

Liqueurs, café y habanos

 Y ahí se me cruza, para mi sorpresa, el punch romaine, el cóctel que creara el legendario cocinero francés Auguste Escoffier. El ponche romano ha pasado a la historia por ser el que se sirvió en el comedor de primera clase del Titanic en la cena del 14 de abril de 1912, horas antes de que se fuera a pique. El tal ponche es una especie de sorbete de alambicada elaboración, mezcla de zumo de naranja y limón y champaña, cubierto de merengue y rematado con ron. Eso fue en 1912, el 20 de octubre de 1913 el ganadero Clemente Peláez le cortaba la coleta a “Machaco” en la habitación 184 del Hotel Palace de Madrid y lo hacía en presencia de su esposa. Un matrimonio bendecido con seis hijos y veintiséis nietos. No sé si el cuento venía cuento, pero todo sea por escapar de la política, aunque solo sea durante el minuto cierto que se tarda en tomar un ponche romano.