Opinión | el embarcadero

Sin miedos ni negatividad

En el abanico de emociones que puede experimentar el ser humano -recordemos cómo aparecen representadas en la inolvidable película de animación ‘Del revés (Inside Out)’ (2015)-, hay una que se repite constantemente, más de lo que debería: el miedo. Pero de cada uno depende que este no se adueñe de nuestra vida. Desde que somos niños experimentamos diferentes tipos de miedos: a las personas desconocidas, a la oscuridad, a los ruidos fuertes … Y conforme vamos creciendo van aumentando: al daño físico, traducido en accidentes, lesiones, heridas, la sangre, las inyecciones … Ya con la pubertad y la adolescencia van a estar más ligados al contexto escolar y social: temor a los exámenes, el físico, las primeras relaciones amorosas, la soledad … En la ardua tarea de educar a los niños y niñas, en la que están implicados no solo madres y padres sino también docentes y otros agentes sociales, creo que debemos alejarnos de postulados próximos a aquellos que muestran el mundo como peligroso e inhóspito, ya que solo así estarán preparados para la «difícil vida adulta» que les espera. Pienso que tenemos una responsabilidad a la hora de no transmitirles nuestros propios miedos, pese a las no pocas hostilidades que pueda haber en la actualidad. Está claro que la manera en que percibimos el entorno afecta a nuestra forma de pensar, y se refleja en nuestro bienestar físico y emocional. No descubrimos nada nuevo al afirmar que considerar el mundo como un sitio peligroso afecta a la salud mental y emocional de nuestros niños y jóvenes, provocando mayor tendencia a la depresión, y convirtiéndolos en personas más inseguras, prejuiciosas y asustadizas. Por tanto, ante un escenario global con tantos desafíos y problemáticas (como la emergencia climática, la pobreza, la desigualdad, la violencia y las guerras), debemos ser honestos con los pequeños, sin negar lo que ven en las noticias que les llegan, sobre todo, a través de las redes sociales. Tenemos que ser realistas y ofrecer un contrapeso frente a los mensajes catastrofistas y morbosos que, a menudo, colman titulares. Y la mejor receta radica tal vez en revelarles las cosas buenas en el mundo que, en verdad, son más numerosas que las malas, aunque no lleguen a publicarse. Nunca en la historia como ahora ha habido tantas personas trabajando para mejorar aspectos como la salud, las diferencias sociales y económicas, el acceso a la educación para todos o la aceptación de la diversidad en la amplitud del concepto. En realidad, cada uno de nosotros podemos implicarnos con pequeñas acciones, en nuestro día a día ,para construir una sociedad mejor, alejada de miedos y negatividad.