Opinión | Disidencias

Carta

Lo físico fue absorbido por lo digital.

Nuestros buzones, en la puerta de casa o en el portal del edificio, están vacíos

Muchos jóvenes de hoy ya no saben qué eran las cartas. Las cartas de folio y sobre, de sello y matasellos, de destinatario por delante y remitente por detrás. Saben qué es un wasap, un correo electrónico o un mensaje por el Messenger o como se llame de cualquier red social. Lo físico fue absorbido por lo digital. Nuestros buzones, en la puerta de casa o en el portal del edificio, están vacíos, más allá de alguna factura perdida o la publicidad no deseada de un producto que no vamos a comprar. Ni los bancos nos mandan ya cartas. Hemos perdido aquella vieja emoción de esperar una carta ajena procedente de la misma ciudad o de más allá del mar. Yo conservo todas las recibidas desde finales de los años setenta hasta mediados de los noventa, cuando la modernidad nos arrebató la emoción de disfrutar con la escritura a mano de un amigo de la mili o el campamento o una enamorada que no hemos podido olvidar. 

Nunca he ocultado mi fascinación por el libro de Helen Hanff, 84 Charing Cross Road, publicado por primera vez en 1970 y donde narra sus 20 años de correspondencia con Frank Doel, un vendedor de una librería londinense al que acudió para adquirir viejos y raros libros enfervorecida por su rebuscada bibliofilia. Aunque no sobrada de recursos, jamás dejó de comprar y enviar a los empleados del establecimiento numerosos paquetes con comida, principalmente en la época de escasez tras la guerra. Por desgracia, cuando, al fin, viajó a conocerlos, Frank ya había fallecido y la librería cerrado, pero siempre quedó una historia de amor por los libros y de amistad sincera que no conoce fronteras. La historia fue llevada al cine en 1987, con Anne Bancroft y Anthony Hopkins. Y el cine fue, también, quien nos dio a conocer un clásico de 1940, un dramón con crimen por medio dirigido por William Wyler e interpretado por Bette Davis, en su esplendor de papeles de malvada y retorcida manipuladora. La carta estaba basada en una obra de W. Somerset Maughan, inspirada en un escándalo policial ocurrido a principios del siglo XX en Malasia. Una historia de amor, traición, ocultación, chantaje y asesinato que permitió uno de los inicios y finales más tormentosos que se conocen en la historia del cine y una de las frases antológicas de la perversa protagonista: «Con todo mi corazón sigo amando al hombre que maté». La segunda encíclica del Papa Francisco, datada en el año 2015, y que versa sobre el cambio climático, el desarrollo sostenible y el desafío medioambiental que se cierne ante los pueblos, también es conocida como La Carta, título de una película de 2022, que se realizó con los testimonios y debates realizados por diferentes interlocutores del mundo que acudieron al Vaticano para dialogar con el Papa sobre un texto donde, claramente, se dice que el planeta está en peligro y que las personas somos muy responsables de cuanto le suceda en el inmediato futuro. 

El primer álbum de La oreja de Van Gogh, Dile al sol, de 1998, contiene una canción titulada La carta, en la que se habla de José Antonio Ortega Lara, secuestrado por ETA en un zulo durante 532 días. Un cuadro de Vermeer, de la segunda mitad del siglo XVII, titulado, igualmente, La carta, parece representar al amor en el ámbito doméstico y el peligro de las torrenciales pasiones amorosas. 

No sé muy bien por qué me ha dado por escribir sobre cartas y su significado, cuando en realidad tengo en mi memoria que ya hace 20 años que Isabel Gemio nos metía el miedo en el cuerpo con Hay una carta para ti, miedo multiplicado al cuadrado por Jorge Javier Vázquez y Jordi González con Hay una cosa que te quiero decir que, menos mal, Fermín Trujillo, en La que se avecina, se apresuró a parodiar. Volviendo a la Davis y su carta, por aquello de que una cosa te lleva a la otra, de la mano de Wyler hizo La loba y ésa, ésa no escribía cartas, pero pegaba dentelladas como si tuviera la mandíbula de un caimán. Moraleja: cuidado, que hay cartas que parece que se las escribe el diablo a su sobrino (ya salió C.S. Lewis), donde se habla de hacer el mal lo mejor posible y de lo que son capaces de hacer algunos por perjudicar al resto.