Opinión | La atalaya
Doña Matilde (III)
Pronto comenzó a demostrar su facilidad para la escritura
Matilde López hizo sus estudios primarios en Badajoz. En un ambiente familiar ilustrado. No parece haber habido dudas, ni económicas, cuando se pensó en una educación universitaria, lo que comenzaba a ser por entonces una tímida realidad entre las mujeres de clase alta y -algunas- media. Pronto comenzó a demostrar sus inquietudes intelectuales y, sabida su facilidad para la escritura, se la invitó a colaborar en un diario regional. Su nombre ya había figurado en él, entre lo que hoy llamamos noticias de sociedad. Desde 1919, con apenas veinte años, sus escritos aparecieron en las páginas de ‘El Correo de la Mañana’, titulado ‘Diario independiente’, ufano de ser ‘El de mayor circulación de Extremadura’. Sus trabajos menudearon hasta 1921, cuando se trasladó a Madrid para iniciar sus estudios de Filosofía y Letras. Los firmaba como ‘Margarita’, utilizando como pseudónimo el nombre de su madre. Son los propios de una casi adolescente, despierta, en una sociedad con un altísimo porcentaje de analfabetismo. Desde una óptica pequeño burguesa, bienintencionada. Trataban de hacer pedagogía, opinando sobre sucesos o modas -nunca política- de una sociedad provinciana que conocía. O sea, la badajocense de entonces. Lo más interesante es comprobar cómo comenzaban ya a despuntar en ella tendencias características, muy poco después, de muchas mujeres españolas. En Madrid se las llamaba ‘Las Sinsombrero’ y no en vano la ficha universitaria de Matilde ha figurado en la exposición que se dedicó en una sala de la capital a ese movimiento feminista y progresista.
Comenzaba así -no fue la única-, desde Badajoz, a mostrar una actitud moderna, bastante reivindicativa. Y eso se reflejó en el título de sus aportaciones. La columna se titulaba ‘Femeninas’ y a la actitud, digamos avanzada, de sus temas de opinión se le añadía a veces un subtítulo. Léanlas en cualquier hemeroteca, digital o no. Los títulos hablan por sí mismos: ‘De la mujer’, ‘La nada y la higiene’, ‘Ortografía femenina’, ‘La ropa interior’, ‘Visitas de pésame’, ‘El verano’, ‘La edad del pavo’. Y un largo etcétera. Cuando se trasladó a la capital del Reino, perdió en parte el contacto con la realidad local y cesó de escribir.
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