Opinión | Disidencias

Romanos

El hallazgo de un posible asentamiento romano en las obras de la Alcazaba árabe de Badajoz podría abrir en canal la historia de la ciudad 

Pues ya tenemos el lío montado. El hallazgo de un posible asentamiento romano en las actuales obras dentro de la Alcazaba árabe de Badajoz abre en canal la historia de nuestra ciudad y nos mete de lleno en el abismo cuando se ponen en cuestión nuestros orígenes. Dije y redije en su momento, allá por el pasado verano, que levantar la rampa que da acceso desde la puerta del Capitel a la Facultad de Comunicación y la Biblioteca Regional podía ocasionar problemas que ni los firmantes del proyecto de obra, arqueólogos, historiadores y aficionados a la historia de Badajoz serían capaces de calibrar. Porque imaginar lo que hay o puede haber ahí, debajo de los edificios y del terreno, lo podemos imaginar todos: nada bueno o, al contrario, según se mire y según se esté dispuesto a pagar el precio económico, social y ciudadano que nos demandaría semejante atrevimiento. 

Para los que hemos llamado de niños castillo a la Alcazaba y hemos conocido el hospital militar a pleno rendimiento, incluso a los fantasmas y espíritus que por allí circulan, principalmente por las noches, indagar, enredar y brujulear por la zona con máquinas, picos y palas solo trae inquietudes. Como así está sucediendo. Todos sabíamos que meterle mano a la rampa era peligroso porque era despertar un monstruo: el de restos arqueológicos y, por tanto, el perfil de nuestros orígenes, o sea, la materia de la que estamos hechos. Empezando por el gentilicio. Habiendo superado, con gusto, que jamás fuimos la Pax Augusta que nos enseñaron de chiquininos y medio batallando desde siempre entre el pacenses y el badajocenses y en constante debate aclaratorio entre la herencia árabe y la musulmana, que no son lo mismo, sin entrar apenas en el aspecto religioso del contubernio, nos empeñamos en parar la osadía, o sea, las obras de la confusión y la perdición, las obras que abrirían melones, destaparían ofensas y, sabe Dios, a donde nos llevaría tanto descubrimiento y si podríamos soportarlo y superarlo. 

Desde luego, prefiero ser árabe a romano y si hay que buscar soluciones, yo propongo un aquí no ha pasado nada y elevar ahí encima un aparcamiento de tres plantas

En eso estábamos cuando se nos ocurrió decir, más que como bravuconada, como ironía para desviar la atención o, directamente, dejar todo como estaba, decir, digo, o sea, escribo: ya puestos, que tiren la Facultad, la Biblioteca y el Museo y veamos que hay ahí abajo, porque haber, algo hay, y no poco. Nadie hizo caso y, ocho meses después, se abrió la caja de pandora: posible asentamiento romano. Y no es que tengamos nada contra Roma o Mérida. Y no es que pensemos que igual hay ahí abajo un pedazo de Teatro Romano que le pueda quitar protagonismo al Festival de Teatro Clásico que hay a unos sesenta kilómetros. Y el Stone Festival, si me apuran. No, no es eso. El problema es que igual hay que suspender la fiesta de la fundación de la ciudad, el Almossassa, acabar con la danza del vientre, meter al halcón en su jaula, acallar la música andalusí y mutar el mercado árabe en medieval. Y veremos si esto se queda aquí o hay que seguir con la pala, que la factura se puede disparar, la obra eternizar y el conflicto histórico enturbiar. Desde luego, prefiero ser árabe a romano y si hay que buscar soluciones, yo propongo un aquí no ha pasado nada y elevar ahí encima un aparcamiento de tres plantas y un mirador con restaurante. Y dejar de buscar el arca perdida no sea que nos encontremos un templo maldito o una calavera de cristal. O peor aún: una fisura temporal que nos lleve a una batalla naval en el Guadiana entre árabes y romanos.