Opinión
Programas
Pogramas, promesas, lemas, la campaña electoral es una asfixiante mezcla de palabras, argumentos, ocurrencias, supuestas buenas intenciones y descaradas mentiras que se instalan en la plaza pública de los barrios y los medios de comunicación de la mano de charlatanes (el irlandés George Bernard Shaw dejó dicho que la política es su paraíso) de feria que, como si fueran milagrosos instrumentos de cocina o divertidísimos y obsoletos juguetes para niños, se venden al mejor postor con las más inesperadas artes de la verborrea y el regateo. El escritor suizo Louis Dumur decía que «la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos» y Stevenson (el de La isla del tesoro, por si no cae alguno), pensaba que «la política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación»). Los lemas actúan como gancho -unos con mejor fortuna que otros-, las promesas ya no sabemos si son bálsamo, soluciones o puñales y los programas (¡ay el viejo Profesor, que repetía aquello de que la política ha de dejado de ser una política de «ideales» para convertirse en una política de «programas») consisten más en una lista disparatada de propuestas que en un auténtico propósito de enmienda o compromiso ante notario (¿qué fue de aquello?)). La Fundación Transforma España realizó una encuesta con datos interesantes: el 80% de las personas cree que los programas electorales deberían ser auditados (más del 91% piensa que debería incluirse información sobre la cuantía de las propuestas) por entidades independientes, principalmente para evitar que nos engañen o nos vendan gato por liebre o, dicho de otra manera, que el papel lo aguanta todo y luego la realidad es que no hay dinero, no hay personal, no hay tiempo, no hay recursos de ningún tipo y, por no haber, algunos pierden hasta la memoria. La encuesta prosigue: 4 de cada 10 ciudadanos afirma leer los programas. No me extraña. Los programas electorales son tochos infumables escritos por personas que no saben de lo que escriben, no saben escribir, practican el noble arte del copia y pega o son un compendio de todo esto. Se copian los partidos unos a otros o de programas de años atrás o de otras ciudades, se venden chorradas, metáforas, ideas geniales de barra de bar o butades (habrán leído al maestro Wilde) y, desde luego, no se cuantifican. Todo el mundo sabe que los programas se hacen como se pueden y, en la mayoría de los casos no se cumple lo que se promete (solo el 0’2% cree que las promesas electorales se cumplen). Cierto que el 50’3% cree que los programas son un elemento decisorio de los votos, más que el partido (21’4%) o el candidato (18’1%), pero, como dijera el asesor presidencial estadounidense, Bernard Baruch, «vota a aquel que te prometa menos porque será el que menos te decepcione». No sé si hay que ser tan radical, pero toda esa parafernalia partidista huera y gris solo me recuerda a la filósofa y novelista Ayn Rand (El manantial, Gary Cooper, ya saben) diciendo aquello de que «la ambición de poder es una mala hierba que solo crece en el solar abandonado de una mente vacía».
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