Opinión | La atalaya

Doña Matilde (VI)

Una estudiante aplicada. En 1926 obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras

La carrera académica de doña Matilde fue rápida. Sin duda, resultó una estudiante aplicada. En 1926 obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras y decidió preparar unas oposiciones para optar al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos (1936). Las superó, obteniendo el número uno de su promoción y solo entonces decidió preparar una tesis para alcanzar el grado de doctor. El tema elegido era muy original y poco abordado: historia de las encuadernaciones españolas. Sin duda su inclinación fue vocacional. Su director fue don Manuel Gómez-Moreno, profesor de doctorado y catedrático de Arqueología Arábiga en la Universidad Central de Madrid. Esta circunstancia la puso en estrecha relación con él, personalidad de enorme trascendencia en la vida cultural española hasta los años sesenta del siglo XX (falleció con cien años y seis meses en 1970). Debo detenerme algo en su biografía.

La arqueología española es en su mayor parte de escuela alemana. Casi todos los pioneros se formaron, como becarios, en universidades de Alemania, salvo aquellos que trabajaron con Gómez-Moreno, procedente de la escuela de eruditos y especialistas generados en torno a las academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando y nucleados por el Centro de Estudios Históricos y el Institut d’Estudis Catalans. El hecho de poder doctorarse los alumnos solo en la capital de España dio como resultado que una parte substancial de doctores en historia e historia del arte, con sus disciplinas conexas –paleografía, biblioteconomía, etc.- fueran discípulos del maestro granadino, muy conectado, además, con colegas alemanes. Fue un científico muy reconocido y padre de varias ramas de la arqueología de nuestro país –sobre todo de la islámica-; director general de Bellas Artes (1929) en el gobierno del general Berenguer; padre espiritual de la famosa ley para protección del patrimonio artístico nacional (1933), cuya calidad y éxito se endosó la Segunda República en época de otro director general, Ricardo de Orueta, discípulo, también, suyo. Don Manuel lo era todo, o casi: un verdadero oráculo.Entrar en su órbita era situarse. Y en ella penetró, modestamente al principio, doña Matilde.

*Fernando Valdés es arqueólogo